¡No, no y no! Me
niego... Yo que tanto me resistí a usar la tecnología en el aula...
¡Quién me iba a decir a mí que sin ella no podría afrontar mi
trabajo! Lo sé, pensaréis... ¿Tan imprescindible es la pantalla
que, habiendo estudiado una carrera durante años, no eres capaz de
enfrentarte a tus alumnos de frente, cara a cara, con una tiza y un
libro, como toda la vida (tu vida académica pasada)? Pues sí, soy
capaz, sería capaz. Pero estamos en 2030, y las cosas están así:
pantalla, ordenador, puntero, teclado, clases virtuales y alumnos que
no conoces; que te ven desde sus pantallas, que ni se les pasa por la
cabeza el hecho de encontrarse contigo; que únicamente te escuchan
(si es que lo hacen) y te ven desde la otra parte de su monitor; tan
tranquilamente en sus casas; en pijama, a la hora que quieren; cuando
les apetece ingerir conocimiento; o cuando sus padres les obligan.
-Te lo advertí-
Estarás pensando. -Lo veía venir- Querrás decirme. Pero yo no lo
vi llegar. Me resistí a que la Educación fuera tan superficial
como lo pretende ser ahora. Era interesante cuando aprendí a enseñar
literatura mediante el uso de las TIC; cuando las redes sociales se
convirtieron en la plataforma idónea para difundir información
relevante; para realizar trabajos mediante su uso; cuando nuestros
alumnos se motivaban con aquellos proyectos que mezclaban destrezas,
conocimiento, tecnología... y lo mejor de todo: ¡relaciones
afectivas!. Todo era perfecto cuando aprendimos a congeniar el
conocimiento con la tecnología y pudimos usar estas para el
aprendizaje y adquisición del mismo. Sin embargo, ahora, ¡cómo ha
cambiado todo! ¿En qué nos hemos convertido? En máquinas que
intentan transmitir esos conocimientos a través de la pantalla; pero
eso ya no tiene ningún sentido si quienes lo reciben no son capaces
de comunicarse con el resto de iguales; implicarse en los proyectos
propuestos y retroalimentarse del conocimiento ajeno. ¿Se aprende
igual a través de la pantalla? No. Por supuesto que no. Estuvo bien
aquella maravillosa (y fugaz) etapa en la que los profesores
consiguieron compaginar información, conocimiento y tecnología con
la implicación directa de quienes querían aprender. Y de quienes no
querían, pues atraídos por este medio, se veían envueltos en el
aprendizaje aun sin darse cuenta. Y colaboraban. Y trabajaban
(siempre con excepciones). Hoy, la educación ha quedado relegada a
la pantalla. El libro tradicional llora su muerte y el profesor lleno
de conocimiento que quería desprenderlo a sus alumnos no tiene más
remedio que sentarse frente al ordenador y charlar para una minoría
que hace como que quiere aprender.
De repente desperté.
Di gracias porque la pesadilla había terminado. Me levanté de la
cama y me dirigí al Instituto. Tablet en mano y con el Proyecto bien
diseñado para que el aprendizaje de mis alumnos fuera eficaz a la
par que actualizado. Me alegré al verlos entrar en el aula, encender
sus libretas electrónicas, estar entusiasmados por el nuevo proyecto
que íbamos a comenzar. Eso de la enseñanza virtual en la distancia
había quedado en una horrible pesadilla que no quería recordar. La
Educación en 2030 había avanzado, sí, hasta el punto de que el
Aprendizaje Basado en Proyectos se había adueñado de ella. ¡Qué
gran genialidad! Pero no había llegado al extremo, aún, de
realizarse desde casa, sin acudir al centro y simplemente encender la
pantalla cuando a uno le apetecía. Y así ha de seguir. Educación,
Tecnología, Proyectos innovadores que implican al alumno y hacen que
aprenda a base de trabajo colaborativo, didácticas activas (como
bien nos transmitió el gran Pep aquel día de Máster en la UA) y
fusión de literatura, lengua y ganas de aprender. Motivación,
aprender haciendo y mucho trabajo del profesor que después el alumno
culminará con su aportación. Esta sí es la realidad del 2030,
realidad que me recuerda cada día que un alumno disfruta con lo que
propongo en el aula por qué elegí dedicarme a ello.
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