lunes, 16 de marzo de 2015

Hablemos de TIC

Me dijeron que tenía que hablar de TIC. Me dijeron que tenía que contar de qué manera las utilizo en mi vida. Y me lo dijeron en un grupo de Whatsapp. 

Los niños de los noventa hemos tenido la suerte -o la desgracia- de ser la generación del cambio. Nosotros sabemos lo que es vivir sin móvil, sin Internet, sin Facebook, sin Whatsapp. Nosotros vimos nacer la primera Play Station, ¿quién nos iba a decir que ahora se podría jugar online -o en línea, para los más puristas- con gente de todo el mundo? Nosotros conectábamos nuestras Game Boy Pocket/Color con el "Cable Game Link" para intercambiar Pokémon que no salían en nuestro juego pero sí en el de nuestro amigo/primo/vecino. ¡Con un cable! ¿Tanto tiempo ha pasado desde aquello? Nuestros hermanos mayores tuvieron los primeros One Touch Easy grises, verdes o amarillos. Nosotros fuimos los primeros en tener un móvil sin antena y superar nuestros propios récords del Snake en nuestro Nokia 3310. Fuimos quienes molestamos a nuestras madres tarde sí y tarde también, dejándolas sin teléfono para poder conectarnos al MSN Messenger y charlar durante horas con varios amigos a la vez. Fuimos nosotros los creadores del "toque", cuyo intercambio podía durar todo el día, simplemente con la idea de que la otra persona supiera que estabas ahí, pensando en ella. ¿Y los SMS? ¿No fuimos nosotros los primeros en mandar una media de diez al día, aun sabiendo que costaban alrededor de 20 céntimos cada uno? Ya pedíamos de forma rabiosa un modo de mantenernos en contacto a cualquier hora con cualquiera de nuestros amigos o familiares. Nosotros somos socios fundadores del famoso Tuenti, cuyo uso ha quedado -por suerte- en el olvido. Nosotros actualizábamos cada día nuestro Fotolog como algo casi obligado, como si fuera a ocurrir algo muy malo si un día no había actividad en nuestro cybermundo. Nosotros hemos visto nacer y crecer a las TIC, hemos crecido con ellas con una rapidez pasmosa. Y aunque ahora nos resulte complicado imaginar una vida sin encender el ordenador todos los días, o dejando el móvil en casa, me alegra pensar que pasamos nuestra infancia lejos de todo esto que cada vez nos absorbe de un modo más peligroso e inevitable. 

El mundo está cambiando, sí. Muchos de mis compañeros ya lo han llamado el "Mundo 2.0". Y no les falta razón. ¿Qué es este nuevo mundo si no una versión mejorada del anterior? Aunque bien es cierto que algunos nostálgicos del papel nos negamos a admitir desaparecerá tarde o temprano, y que los libros no serán más que objetos de museo en un futuro no tan lejano. El nuevo mundo facilita la comunicación y la información a unos niveles que nuestros padres y abuelos no podían ni llegar a imaginar, ¿hasta dónde llegará todo esto?. Nosotros tenemos la inmediatez tan asumida e interiorizada, que cuando no se abre una página en el buscador en menos de un segundo, nos ponemos nerviosos. No lo podemos evitar. ¿Verdad?

En mi caso, las TIC que uso habitualmente son, como su propio nombre indica, para comunicarme y para informarme. ¿Para qué si no? Uso Whatsapp (a todas horas), Facebook (para cotillear), Instagram (para ser una "moderna" más), Pinterest (para ver fotos bonitas de casas, animales, y lugares a los que me gustaría viajar), Twitter (para enterarme de lo que habla la gente en España), Vine (para reír sin parar), y BlablaCar (que me encuentra compañeros de viaje cada vez que quiero volver a mi casa). Pero también creo que podemos dar a a todas ellas (o a casi todas), un uso un poco menos lúdico y un poco más académico. Es por esto que creo que el uso del smartphone en el aula se hace cada vez más necesario. Por ejemplo, durante las prácticas en el IES Les Dunes de Guardamar, los de 2º de Bachillerato tenían libros de años diferentes; la mitad de la clase tenía "el viejo" y la otra mitad "el nuevo". Cuando mi tutora les instaba a comentar un texto específico que sólo estaba en uno de los libros, rápidamente un compañero hacía una foto y la mandaba al grupo de clase para que todos lo tuvieran. Rapidez y efectividad. ¿Qué lógica puede tener que se les prohíba tener el móvil encendido en clase, con las posibilidades que ofrece? Estos mismos alumnos tenían -como yo- la aplicación de la RAE en cada uno de sus teléfonos. ¿Por qué ir al armario a buscar el diccionario si lo tenemos dentro del bolsillo? Me resulta absurdo que los directores y jefes de estudios de la mayoría de los institutos aún no quieran verlo a estas alturas de la vida, y sigan prohibiendo el uso de cualquier aparato electrónico en el aula. Evolucionemos, por favor.  

Volviendo a mi experiencia particular, una de las plataformas que más utilizamos en mi grupo de trabajo es Dropbox. En ella podemos guardar un documento conjunto y modificarlo cada uno en su casa y desde su ordenador. Es brillante. Trabajamos individualmente pero de forma colectiva. Paradójicamente perfecto. 

¿Queréis que os cuente algo gracioso? Normalmente digo a quien duda del significado de algo o desconoce el nombre de algún actor, músico o escritor: "Pregúntale al señor Google, él lo sabe todo". ¡Y es casi verdad! Pocas cosas que busques no tendrán resultado, y si eso ocurre, es probable que no hayas buscado bien. Jé. Y sin embargo, creo que tenemos que tener mucho cuidado con lo que nos podemos encontrar. A veces no vale con una simple búsqueda en Google para encontrar lo que necesitamos. Internet lo sabe todo, sí. Pero debemos intentar acceder a una fuente lo más fiable posible. Por ejemplo, el año pasado, para mi TFG: "La literatura en el aula de ELE", utilicé mucho el soporte electrónico: artículos, recursos y propuestas, libros sobre didáctica, en páginas como TodoELE, RedELE, MarcoELE, y por supuesto, el Centro Virtual Cervantes. Las nuevas teorías sobre didáctica, y sobre casi cualquier cosa, se exponen cada vez menos en los libros y cada vez más en la red. 

Estamos tan acostumbrados a la inmediatez y eficacia de todo esto que ni siquiera nos paramos a pensar en el tiempo, papel y dinero que nos ahorra, por ejemplo, el hecho de poder entregar un trabajo a un profesor por Internet, ya sea a través de Hotmail, Gmail, o el correo de la universidad; así como el Campus Virtual o las Tutorías digitales. No pensamos en lo visuales que resultan nuestras exposiciones cuando utilizamos un Power Point o -si somos más modernos- un Prezi, e introducimos un vídeo de Youtube explicando algo de vital importancia para comprender nuestro discurso. No nos fijamos en el tiempo que nos ahorramos realizando trabajos con Word, y no con una máquina de escribir, o a mano. E incluso nos parece lo más normal realizar prácticas a través de un Blog, sin darnos cuenta de que estamos aprendiendo así a utilizar Blogger, Wordpress, etc. Aunque estoy segura de que muchos de nosotros, siendo lo que somos, (filólogos casi todos, unos cuantos periodistas y alguna que otra filósofa) seguro que ya tenemos abierto alguno, ya sea público: para ser leído por todos nuestros amigos, conocidos, vecinos, compañeros... o privado: que sólo cada dueño sepa cómo y dónde encontrarlo...

De repente me invade la sensación de no haber escrito nada en absoluto. Subo un poquito la rueda central del ratón (¡qué gran invento, el ratón!) y me doy cuenta de que todas las palabras en mayúscula que he escrito son TIC. ¿Y no venía yo aquí a hablar de eso? 




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